Desplegué mis alas, la sombra en la amarillenta tierra se hacía cada vez
más grande a medida que me alejaba.
Hacía mucho que estaba pendiente del niño, tenia gran vitalidad sus pies
descalzos y ásperos ya tenían una suela gruesa oscura que rozaba la tierra
árida cada vez que corría.
Arrodillado junto a su madre, sacaban agua con un envase de plástico
prácticamente destruido, les servía de recipiente pero era poco lo que podían
trasladar hasta sus hogares. Yo merodeaba el lugar, no me acercaba solo veía
desde las alturas, me gustaba sentir el viento en cada una de mis plumas, luego
bajaba ligeramente hasta una rama del Iroko, árbol poseído por un espíritu;
donde muchas veces veía a sus parientes pasar dejando en sus extensas raíces ofrendas.
Hay quienes se acercaban al árbol y salían corriendo del susto, según
escuchaban voces que los llevaban a la locura. El Iroko siempre me había
ofrecido sus fuertes ramas para yo posarme y puedo decir que a veces sus verdes
hojas jugaban con mis alas, pero no les hacía caso.
Ese niño está cada vez más delgado si sigue así…bueno.
La temporada es seca, diviso un chacal con el lomo negro, tiene buena piel un
buen pelaje brillante, es un macho, aunque se ve débil, camina muy lento. Debo
tener cuidado con él suelen ser àgiles, días atrás vi como con otros de su especie
atacaban a un venado, yo quería formar parte del festín, lo deseaba, pero no me
dejaron, pude posar mis patas sobre la piel todavía caliente del venado,
introduje mi pico y justo cuando me procedía a desgarrarla uno de ellos corrió
hasta mi para hacerme saltar y tomé vuelo. Ellos lo cazaron, ellos se lo comen.
No he visto al niño últimamente, debe estar enfermo, en estas tierras
abundan las enfermedades. Hay poco movimiento en su aldea. Tengo hambre.
Soy muy paciente, me poso en una
rama y solo observo. A veces voy al suelo y camino pausado. Soy paciente.
Hoy vi al niño está más débil, lo vi cabizbajo agacharse en la tierra,
quería verlo más de cerca, lo acecho
pero no se da cuenta que estoy detrás, su espalda es morena áspera y seca donde
sobresale su espina dorsal, un hombre nos mira y con su cámara capta mi
intención, no me gustan los fisgones. Me volteo avanzo un poco y tomo vuelo.
Otro día será.
Nota de la escritora: En 1994 Kevin Carter, ganó un Pulitzer por esta foto.
Comentarios