Soy Carmen Teresa Gómez,
una mujer de cabellos rubios, ojos claros y lo más importante, mi nro de cedula
termina en 4. Hoy es miércoles, estoy en
la oficina esperando recibir un mensaje que me alegre el día. Son las 11:45
a.m. y tengo todo preparado para ir a almorzar, un sonido vibrante sacude la
mesa, mi teléfono. Miro bajo el escritorios, mis zapatos sport grises con
rosados están esperándome, me cambio, dejo mis zapatos de tacón. Una ejecutiva
con zapatos deportivos; me veo ridícula, eso es lo de menos, pienso.
Camino un poco rápido
acabo de comer y es mejor que disminuya la marcha. Pasan muchas personas todas
cargan una bolsa transparente, que bien, bajo la mirada, hago la radiografía pertinente,
shampu, detergente. A Carmen Teresa le va a ir muy bien, me digo. Soy yo,
disculpen, Carmen Teresa soy yo. Llego al super, hago mi cola respectiva,
repito mentalmente una y otra vez mi nro. de cédula, estas cosas a veces me ponen nerviosa. Tengo efectivo para
comprar lo necesario. Avanzo a la caja, 2 kilos de detergente, 2 shampu, 1 café me piden la cedula, le doy el número, me
dicen que no, que les de el físico, le muestro el dinero, insisten con el
plástico, registro mi koala encuentro la cedula de Carmen, se la enseño, la
cajera con incredulidad la toma, me mira me dice que esa no soy yo. Insisto en
que sí, me dice que no. No tengo más remedio y empiezo a sollozar a decirle que
es cierto pero que me venda los productos, que tenga consideración que mi
cedula termina en 1 y los lunes no llega nada, que revise que los lunes tiene
tiempo hasta de comerse una fruta sentada en su caja porque no hay mercancia
para vender. Ella me ve, mira a la persona que está a mi lado. Él, un hombre de
poca estatura, le dice en tono bajo: -véndeselos-. Ella asiente, no sin antes
acercarse a mí y decirme: -dile a mi hermana que no siga modificando el
terminal de su cedula de identidad, la van a descubrir-. Me quedé atónita, entregué
el dinero de la compra. Salí de allí triunfante como si hubiese sido merecedora
de un Oscar. Caminé por la avenida el sol y el polvo de la construcción me
hicieron acelerar la marcha, pasé por el centro comercial para calmar el calor
que me quemaba la espalda, un grito me petrificò: -¡Bachaquera!-seguí caminando
pensando en ese grito conocido.
En la oficina sentada al frente del ventilador cuyo aire vaporoso golpeaba mi cara, mis compañeras y yo
comenzamos a intercambiar los productos. Hoy soy Carmen Teresa. Mañana, mañana
vuelvo a ser yo.
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