Hace 5 años dejé de escribir en mi blog. Hoy conversando con compañeras de oficina, me decían que ya las personas no somos tan románticas como antes y la pregunta que me llevó al pasado: ¿A ti te gusta la poesía?. No, no me gusta, me fascina, me encanta, la leo y también la escribí (en ese momento recordé mis días de juventud feliz en la que hice taller de poesía en el Celarg con un grupo de personas que me ayudaron mucho en mi aventura con la poesía).
Recordé como la última evaluación de nuestro taller de la mano con Maria Antonieta Flores fue leer poesía frente al público en la librería Macondo con un poeta. Yo leí para ese entonces con Leonardo Padrón. Fue una noche mágica, de conversatorio y tinto. Mis compañeras asombradas me dijeron que era una cajita de sorpresa.
Sorpresa es la que siento ahora que me veo sentada frente al teclado.
A veces pasa que nos distanciamos por completo de una hoja, el silencio a la espera tal vez de lo que decía T.S Eliot en La Música de la Poesía: “Toda revolución en poesía está apta para ser, y a veces para anunciarse como tal, un regreso al lenguaje cotidiano…”
Mi distanciamiento se fue llenando de obstáculos, la fui dejando, fui ocupando otros espacios que posiblemente hoy me han dado una madurez. Estoy nuevamente explorando, acercándome, jugando, borrando, ensayando con la hoja y el lenguaje, hurgando mi conciencia.
María de Fátima, empezó a gritarle a la abogada, le decía en portugués, que como le hacían eso, que ella venia a pasear, que ella tenia dinero, se puso a llorar, se le acercó una policía le dijo con su tono muy a lo español, que ella era la policía allí que calmaditos todos, venga!. Le preguntó a la abogada que si le había notificado a las chicas y ella dijo que si. Yo, sentada, veía el alboroto, como muchos otros en la misma condición. Subimos nuevamente a la gran sala de retornados, varias sillas de madera color amarillo, bordeaban las paredes mitad verde mitad amarilla, un televisor en una esquina daba el resumen de la crisis económica en Europa, y nosotros allí, con dinero encima sin poder ayudar, aunque sea un 0.01%. El teléfono, no dejaba de sonar, llamaban en todo momento, lo tomaba el Colombiano y gritaba: Danielle Moreus, nos veíamos las caras no nos conocíamos de nombre si no por nacionalidad: las brasileras, los venezolanos, los uruguayos, los argentinos, los ...
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