Marcelina corre, corre; la brisa golpea su pálida cara, sus largas piernas cual gacela marcan la distancia de sus rivales, dos de ellos se detienen; sus respiraciones son agitadas, tienen la lengua de corbata; el otro, testarudo, fuerte, piel morena los mira y avanza, no le gusta para nada la chica. Marcelina pasa a gran velocidad cerca del limonero, se detiene, tres líneas rojas surcan sus brazos, mira hacia atrás ahora es uno que la persigue vuelve a la corrida no sin antes tomar 5 limones y guardarlos en la bolsa, se ríe, se ríe mucho, sabe que es más rápida que ellos, pega un gran salto y se encarama en el paredón, sus pies buscan los huecos que hay en él, toma posición, mira el camino que esta dejando. Su rival molesto, sabe que no puede escalar y sólo le queda pasar sus garras por el muro y ladrar. Marcelina, sentada bajo la mata de mango comienza a contar los frutos prohibidos que tomó del hato: ciruelas, guayabas, mandarinas y limones, fueron pocas las proporciones,...