Marcelina corre, corre; la brisa golpea su pálida cara, sus largas piernas cual gacela marcan la distancia de sus rivales, dos de ellos se detienen; sus respiraciones son agitadas, tienen la lengua de corbata; el otro, testarudo, fuerte, piel morena los mira y avanza, no le gusta para nada la chica.
Marcelina pasa a gran velocidad cerca del limonero, se detiene, tres líneas rojas surcan sus brazos, mira hacia atrás ahora es uno que la persigue vuelve a la corrida no sin antes tomar 5 limones y guardarlos en la bolsa, se ríe, se ríe mucho, sabe que es más rápida que ellos, pega un gran salto y se encarama en el paredón, sus pies buscan los huecos que hay en él, toma posición, mira el camino que esta dejando. Su rival molesto, sabe que no puede escalar y sólo le queda pasar sus garras por el muro y ladrar.
Marcelina, sentada bajo la mata de mango comienza a contar los frutos prohibidos que tomó del hato: ciruelas, guayabas, mandarinas y limones, fueron pocas las proporciones, si no fuera por esos tres feos perros, dos grises, uno marrón; son pequeños, sabe que crecerán por eso la gran ventaja al correr; se ríe, se echa bajo el frondoso árbol y mira al cielo, juega con las nubes todas tienen forma de frutas y animales, allá va un gajo de uva se saborea la boca, pela una de las mandarinas y piensa que frutas como esas no pueden comerse a escondidas su olor es tan penetrante, tan exquisito y de nuevo saborea...
El otro día la abuela de Marcelina la mandó al mercado a comprar un melón, bueno, eso fue lo que ella escuchó, en el camino se tropezó con unos chicos que estaban jugando carnaval, de nuevo tuvo que correr para que no le pegaran una bomba. Agitada entró al mercado y observó las delicias de frutas, ¡ahh! como recordaba el campo... Ni modo, tomó el más grande y delicioso melón y se lo llevo; esta vez tomó un atajo para despistar a los chicos, al llegar a casa le entrego el melón a la abuela, esta puso cara de no saber, y le preguntó:- Marcelina, que hago con este melón?- Marcelina extrañada pensó que su abuela ya estaba perdiendo los papeles y muy cariñosamente le explicó que debía lavarlo, pelarlo y luego meterlo en la licuadora para que saliera un rico jugo, la abuelita hizo movimiento de aceptación, sin embargo le preguntó por el mandado, Marcelina ya confirmaba que la abuela estaba loca, y le dijo: -abuelita esto es un melón, tu quieres un melón-, la abuela no se pudo contener y se echo a reír, - ups,- dijo Marcelina; la abuela le comentó –si, sé que este es un melón, (señalando la fruta) yo lo que quiero es un velón para prendérselo a los santos-; ahora reían las dos, a Marcelina no le quedo más remedio que irse a limpiar los oídos y luego preparar sus piernas para ir a gran velocidad al mercado a cambiar el melón por el velón.
No puedo dejar de comentar que Marcelina era muy traviesa, recuerdo la vez que iba a la bodeguita a dos cuadras de su casa a comprar dulces, era atendida por un anciano, vivaracho él, era un establecimiento pequeñito con todo apretujadito y con olor a madera vieja; para que los niños fuesen a comprar, hacia sorpresitas, esto consistía en un pedazo de cartón enrollado con algún número adentro y al sacarlo había en la pared juguetes con ese número, Marcelina vio cuando uno de los niños se ganó una muñeca, detalló el número en el papel y los juguetes que quedaban y se fue a casa.
Marcelina, (como si no la conociera), pues bien, la niña buscó el material que utilizó el viejo, colocó el número del juguete que quería y se fue a la bodega, en el camino iba pensando como hacerle la trampa al anciano, iba pidiendo que hubiese mucha gente en la bodega para poder hacerlo, así fue, pidió su sorpresa, mientras el anciano iba a la nevera a buscar la pepsi-cola de un joven, Marcelina la abría con gran rapidez, mayor sorpresa recibió ella al descubrir que el número en el papel era el que ella deseaba, se alegró mucho, desecho el falso pidió su muñeca y se fue a casa.
Una vez no tenía dinero para comprar chucherías se llegó hasta la bodega le pidió al anciano que le regalara un cheese gui, el viejo le dijo que si, con la condición de que le diera un beso en la mejilla, Marcelina asintió, también puso su condición, que colocará el pepito encima del mostrador, así se hizo, no falto más que el anciano colocará el pepito en el mostrador y acercará su mejilla, Marcelina agarró el pepito olvidó la condición del viejo y salió corriendo, pasaron muchos días para que Marcelina pasara por la bodega.
Marcelina pasa a gran velocidad cerca del limonero, se detiene, tres líneas rojas surcan sus brazos, mira hacia atrás ahora es uno que la persigue vuelve a la corrida no sin antes tomar 5 limones y guardarlos en la bolsa, se ríe, se ríe mucho, sabe que es más rápida que ellos, pega un gran salto y se encarama en el paredón, sus pies buscan los huecos que hay en él, toma posición, mira el camino que esta dejando. Su rival molesto, sabe que no puede escalar y sólo le queda pasar sus garras por el muro y ladrar.
Marcelina, sentada bajo la mata de mango comienza a contar los frutos prohibidos que tomó del hato: ciruelas, guayabas, mandarinas y limones, fueron pocas las proporciones, si no fuera por esos tres feos perros, dos grises, uno marrón; son pequeños, sabe que crecerán por eso la gran ventaja al correr; se ríe, se echa bajo el frondoso árbol y mira al cielo, juega con las nubes todas tienen forma de frutas y animales, allá va un gajo de uva se saborea la boca, pela una de las mandarinas y piensa que frutas como esas no pueden comerse a escondidas su olor es tan penetrante, tan exquisito y de nuevo saborea...
El otro día la abuela de Marcelina la mandó al mercado a comprar un melón, bueno, eso fue lo que ella escuchó, en el camino se tropezó con unos chicos que estaban jugando carnaval, de nuevo tuvo que correr para que no le pegaran una bomba. Agitada entró al mercado y observó las delicias de frutas, ¡ahh! como recordaba el campo... Ni modo, tomó el más grande y delicioso melón y se lo llevo; esta vez tomó un atajo para despistar a los chicos, al llegar a casa le entrego el melón a la abuela, esta puso cara de no saber, y le preguntó:- Marcelina, que hago con este melón?- Marcelina extrañada pensó que su abuela ya estaba perdiendo los papeles y muy cariñosamente le explicó que debía lavarlo, pelarlo y luego meterlo en la licuadora para que saliera un rico jugo, la abuelita hizo movimiento de aceptación, sin embargo le preguntó por el mandado, Marcelina ya confirmaba que la abuela estaba loca, y le dijo: -abuelita esto es un melón, tu quieres un melón-, la abuela no se pudo contener y se echo a reír, - ups,- dijo Marcelina; la abuela le comentó –si, sé que este es un melón, (señalando la fruta) yo lo que quiero es un velón para prendérselo a los santos-; ahora reían las dos, a Marcelina no le quedo más remedio que irse a limpiar los oídos y luego preparar sus piernas para ir a gran velocidad al mercado a cambiar el melón por el velón.
No puedo dejar de comentar que Marcelina era muy traviesa, recuerdo la vez que iba a la bodeguita a dos cuadras de su casa a comprar dulces, era atendida por un anciano, vivaracho él, era un establecimiento pequeñito con todo apretujadito y con olor a madera vieja; para que los niños fuesen a comprar, hacia sorpresitas, esto consistía en un pedazo de cartón enrollado con algún número adentro y al sacarlo había en la pared juguetes con ese número, Marcelina vio cuando uno de los niños se ganó una muñeca, detalló el número en el papel y los juguetes que quedaban y se fue a casa.
Marcelina, (como si no la conociera), pues bien, la niña buscó el material que utilizó el viejo, colocó el número del juguete que quería y se fue a la bodega, en el camino iba pensando como hacerle la trampa al anciano, iba pidiendo que hubiese mucha gente en la bodega para poder hacerlo, así fue, pidió su sorpresa, mientras el anciano iba a la nevera a buscar la pepsi-cola de un joven, Marcelina la abría con gran rapidez, mayor sorpresa recibió ella al descubrir que el número en el papel era el que ella deseaba, se alegró mucho, desecho el falso pidió su muñeca y se fue a casa.
Una vez no tenía dinero para comprar chucherías se llegó hasta la bodega le pidió al anciano que le regalara un cheese gui, el viejo le dijo que si, con la condición de que le diera un beso en la mejilla, Marcelina asintió, también puso su condición, que colocará el pepito encima del mostrador, así se hizo, no falto más que el anciano colocará el pepito en el mostrador y acercará su mejilla, Marcelina agarró el pepito olvidó la condición del viejo y salió corriendo, pasaron muchos días para que Marcelina pasara por la bodega.
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